Historia

Constantinopla Contra El Odio de La Certeza

21 March 2022
Constantinopla Contra El Odio de La Certeza

The First Council of Constantinople, wall painting at the church of Stavropoleos, Bucharest, Romania

Una entrevista con el actor Robert Walker Jr., produjo un comentario muy interesante: 

Después de una película, Walker se retira a su nueva casa de Malibú con su esposa Ellie, una ex  bailarina June Taylor con la que él se casó en 1961, y con sus dos hijos, Michael, de 4 años y  David, de 3 años. “Tenemos una casa ‘playera’”, dice Walker. “Somos gente de playa, sol, arena y buceo. Pero si esta casa llega a controlarnos o a atarnos… bueno, la quemamos.”22 

Por supuesto que la declaración de este actor bien puede revelar que era un farsante, pero el hecho de  que él encontró meritorio hacerse pasar por alguien dedicado al odio de las raíces fundamentales es  significativo. Todo lo relacionado con las raíces y con la certidumbre es hoy despreciado por la  autoproclamada nueva élite. El matrimonio, la moral, la familia, la ley, el orden, la certidumbre y sobre todo, el cristianismo, son odiados con pasión. La libertad del hombre es evitar toda certeza, excepto de sí mismo, la búsqueda de la certeza es visto como la búsqueda de la muerte. La vida de estos hombres  significa incertidumbre y desarraigo. Un estudiante radical ha remarcado, “No me gusta la gente que  sabe algo.” El odio de la certeza es una de las principales pasiones del hombre existencialista. 

Este odio por las raíces fundamentales y por la certidumbre es fundamental para la actividad  revolucionaria. El revolucionario destruye las cosas de valor, precisamente porque tienen un valor  aparte de él. El revolucionario sólo puede soportar lo que él decreta. El revolucionario destruye las raíces, los valores y las leyes, porque hablan de la certidumbre y él está en guerra con la certeza. Esta  es la base de la destrucción revolucionaria. Parece sin sentido a los que no se dan cuenta de que la  destrucción es fundamental para la fe revolucionaria.  

Este odio a la certidumbre fue un factor importante en el Imperio Romano y su anti-cristianismo y era  entonces, como lo es ahora, un aspecto importante de la infiltración del humanismo. Los partidos  humanistas hicieron todo lo posible para traerle incertidumbre a la fe, para vanalizar las doctrinas de  Dios Padre, Dios Hijo, y Dios el Espíritu Santo; para opacar con incertidumbre las doctrinas de la  creación, la salvación y el juicio. El odio hacia la certeza doctrinal fue intenso y dedicado. Pero ese  odio a la certeza es un pretexto y una máscara para el avance de una nueva certeza, no de Dios sino del  hombre. Es parte de la búsqueda de una certeza humanista.

Fue en contra de este odio a la certeza bíblica que los primeros concilios tuvieron que combatir. Los  concilios ecuménicos de la iglesia primitiva fueron en su propósito y naturaleza muy diferentes de los  concilios modernos y de los esfuerzos ecuménicos de la iglesia. En primer lugar, los primeros concilios tuvieron como objetivo principal la defensa y el establecimiento de la verdad, no la unidad. La unidad  tenía que establecerse sobre la base de la verdad y no la verdad como un producto de la unidad. Los  concilios se reunieron con el conflicto como propósito, la batalla de la verdad contra el error y  cualquier unidad en otra cosa que la verdad de la Escritura era anatema. En segundo lugar, la  preocupación de los concilios era sobre todo la fe, no la iglesia. Institucionalmente, la iglesia sufrió a  causa del conflicto, pero teológicamente floreció y se aseguró su supervivencia y crecimiento. El  movimiento ecuménico moderno y los concilios modernos, están, pues, en propósito y trabajo, en  contraste directo con los primeros concilios: su interés está en la unidad y con la institución, no  fundamentalmente con la fe.

La iglesia primitiva llegó a Nicea con cicatrices de batalla en la lucha con los enemigos de adentro y de afuera, lucha con el imperio y con los herejes. Los padres fueron a Nicea con las marcas de la batalla –  brazos hechos inútiles por la aplicación de hierros candentes a los nervios, lisiados y mutilados del  cuerpo. “Algunos tenían extraido el ojo derecho, otros habían perdido el brazo derecho.”23 La batalla  post-nicena era similar, pero más sutil. Ahora, el imperio era un aliado ostensible, pero por lo general  era un aliado de los herejes dentro de la iglesia en contra de la fe ortodoxa. 

El arrianismo fue, según Schaff, en primer lugar, “deísta y racionalista”, mientras que el  “atanasianismo” era “teístas y naturalista.” “El arrianismo procedió de la razón humana, el  atanasianismo de la revelación divina.” En segundo lugar, “el arrianismo se asoció con el poder político secular y el partido de la corte, el arrianismo representó el principio imperiopapal”. Además, persiguió  a la iglesia y le negó que fuera una zona independiente del imperio; por otro lado, el partido ortodoxo  estaba interesado en la integridad de la fe.24 

El segundo concilio ecuménico, el Primer Concilio de Constantinopla, se reunió en el año 381 para  cumplir con el objetivo de enfrentar el continuo desafío de los humanistas que estaban tratando de  erosionar las certezas de la fe. Los hombres que se reunieron habían sufrido mucho a manos de clérigos apóstatas en alianza con el imperio. La carta sinodal del Concilio del año 382 d.C. cita estos  sufrimientos en breve:

Nuestras persecuciones no son solo de ayer. Su sonido todavía resuena en los oídos, tanto de quienes las sufrieron, como en los de aquellos quienes por amor a los que sufrieron, sufrieron  también con ellos. Fue hace un día o dos atrás, por así decirlo, que algunos liberados de las cadenas en el extranjero regresaron a sus propias iglesias a través de múltiples aflicciones, de  otras personas que habían muerto en el exilio, los restos fueron traídos a sus casas. Mientras que  otros más, incluso después de su regreso del exilio, se encontraron con la pasión de los herejes  todavía hirviendo y los mataron con piedras, como fue el caso del bendito Esteban, quien se  encontró con un destino más triste en su tierra que en la de los extraños. Otros, maltratados con  varias crueldades, todavía llevan en su cuerpo las cicatrices de sus heridas y las marcas de Cristo.  ¿Quién podría contar la historia de las multas, de desertificaciones, de confiscaciones, de   intrigas, de atropellos, de las prisiones? En realidad todo tipo de inumerables tribulaciones han  sido hechas en nosotros, tal vez porque estábamos pagando la pena de los pecados, tal vez porque  el misericordioso Dios nos estaba tratando por medio de la multitud de nuestros sufrimientos. Por todo esto, gracias sean dadas a Dios, quien por medio de tales aflicciones nos entrena a sus  siervos y según la multitud de sus misericordias, nos trae de nuevo refrigerio. Ciertamente que   necesitábamos largo tiempo y esfuerzo para restaurar la iglesia una vez más, así como los  médicos que curan del cuerpo después de una larga enfermedad y expulsan la dolencia mediante  un tratamiento gradual, podríamos traer de vuelta su antigua salud de la verdadera religión. Es   cierto que, en general, parece que nos hemos librado de la violencia de nuestras persecuciones y   que ahora se están recuperando las iglesias que desde hace mucho tiempo han sido la presa de los  herejes. Pero los lobos nos son molestos. Y estos a pesar de que han sido expulsados, sin  embargo, hostigan al rebaño de arriba a abajo en los valles; atreviéndose a realizar asambleas   para sabotajes, revolviendo disensiones entre el pueblo y trayendo lo que pueda hacerle daño a   las iglesias.25 

Este no es el lenguaje de la conciliación. La base del ecumenismo de Constantinopla no fue suavizar las diferencias, ni construir puentes con la oposición, sino que, sobre la base de la fe inquebrantable,  expulsó al enemigo sin permitirles entrada segura. Los enemigos fueron simplemente llamados “lobos” y tenían que convertirse en corderos antes de que pudieran ser abordados en paz.

La carta sinodal resumió la labor teológica del concilio: 

Esta es la fe que debe ser suficiente para ti, para nosotros, para todos los que no tuercen la palabra de la fe verdadera, porque es la fe antigua, es la fe de nuestro bautismo, es la fe que nos enseña a   creer en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. De acuerdo con esta fe hay un Dios, el poder y la sustancia del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, siendo igual en dignidad y honor en tres hipóstasis perfectas, es decir, tres personas perfectas. Por lo tanto no hay lugar para la herejía  de Sabelio por la confusión de las hipóstasis, es decir, la destrucción de las personalidades. Por lo  que la blasfemia de los eunomianos, de los arrianos y de los pneumatomachi es anulada, que divide   la sustancia, la naturaleza y la divinidad y sobreañade sobre la consustancial y coeterna increada  Trinidad una naturaleza posterior, creada y de una sustancia diferente. Además, preservamos sin  pervertir la doctrina de la encarnación del Señor, que se aferra a la tradición de que la dispensación  de la carne no es sin alma, ni sin mente, ni imperfecta. Además sabiendo muy bien que El Verbo de Dios era perfecto desde antes de los siglos y se hizo hombre perfecto en los últimos días para nuestra salvación.26 

La declaración resume tanto los enemigos de la fe y la palabra del consejo. La palabra “tradición” se  utiliza en la carta sinodal en el sentido de la fe bíblica. 

La primera herejía citada por el Concilio como excluida por el credo ampliado era “la herejía de  Sabelio,” o Monarquianismo. El sabelianismo tenía tendencias gnósticas y judaizantes. Sostuvo un  monoteísmo o unitarismo estricto frente al trinitarismo. El sabelianismo negaba toda distinción entre el  Padre y el Hijo, decía que sólo había una persona.27 Dios es la mónada, la sustancia original,  inoperativo e improductivo hasta su desarrollo. El Padre es “Sin Verbo”, es decir, no puede engendrar  al Hijo, ya que Dios es por definición sin sabiduría y sin palabra, es decir, básicamente, una sustancia  original inconsciente. Él es el dios silencioso. El universo y el Hijo son productos de una dilatación o  expansión de la sustancia de Dios y al final, esta sustancia se contraerá, por lo que desaparecerá la  creación.28 Por lo tanto, la mónada se convierte en una díada o en una tríada, es simplemente la  sustancia original que se ha ampliado y la expansión es temporal y transitoria. El sabelianismo era así,  básicamente, panteísmo. Y el dios del sabelianismo simplemente era la sustancia abstracta que se  desarrolla a sí misma en el mundo de la realidad. “Algunos de los padres rastrearon la doctrina de  Sabelio en el sistema estoico.”29 El sabelianismo y su estrechamente relacionado marcelianismo fueron  condenados por el Concilio en el primer Canon. 

Constantinopla hizo hincapié en la realidad de la Trinidad, un solo Dios y tres personas. En lugar de un  concepto abstracto de la sustancia original, el Concilio afirmó un Dios muy personal. En lugar de un  Dios silencioso, el Concilio declaró el Dios de la revelación. El universo, en lugar de ser una expansión de “dios”, es Su creación, Dios es “un Dios, el Padre que lo gobierna todo, creador del cielo y de la  tierra, de todo lo visible y lo invisible.” 

La segunda herejía contrarrestada en Constantinopla fue las nuevas formas de arrianismo, en primer  lugar el eunomianismo. Eunomio, líder, fundador y obispo de una secta de arrianos, en efecto, negaba  la divinidad del Verbo, el Hijo de Dios. Con el ánimo de exaltar al Padre, el enomianismo negó la  divinidad del Hijo. Además, el Padre al que afirmaba adorar, era un dios incoherente que no podía  expresarse. El eunomianismo era por tanto una negación práctica del Padre y del Hijo. El Hijo para  Eunomio era una mera criatura y Dios era simplemente una sustancia remota. El primer Canon del  Concilio condenó a los eunomianos y a los fotinianos (seguidores de Fotinus discípulo de Marcelo,  quienes sostenían que Jesús era un simple hombre).30 El Credo Constantinopolitano, que fue una ampliación del Niceno, hizo enfáticamente claro que Jesucristo es verdaderamente Dios.

La tercera clase de herejía condenada fue la de los semi-arrianos, macedonios o Pneumatomachi. Los  Pneumatomachi (de pneuma, el espíritu y machomai, hablar mal en contra) eran seguidores de  Macedonio, obispo de Constantinopla, quien declaró que el Espíritu Santo no era sino una mera  criatura. En relación con el Hijo, los semi-arrianos y Macedonio evitaron llamarlo consustancial con el  Padre o Dios mismo y también evitaron llamarlo criatura. La negación de la divinidad del Espíritu  Santo era una negación de toda inmanencia en Dios. Por lo tanto, incluso si los macedonios habían sido ortodoxos en sus doctrinas del Padre y del Hijo (aunque no lo eran ni podían serlo, pues la doctrina de  la Trinidad es un todo unificado), todavía habían dejado a Dios irrelevante, ya que lo presentaban sin  relación con el mundo. Dios habría sido el “totalmente otro” que no podía verdaderamente revelarse al  hombre u operar en el universo. Este dios absolutamente trascendente sería también un dios oculto, un  dios sin revelación y totalmente aislado del hombre. Así, este dios sería irrelevante, excepto como un  concepto límitado. Entonces, la consecuencia práctica de este tipo de dios es que no hay más dios que  el hombre. 

Los Pneumatomachi sostuvieron que el Espíritu Santo no sólo era una criatura, sino que también era una emanación de Jesucristo, es decir, de otra criatura. Parte del credo arriano afirmaba que el Espíritu  Santo era un ser creado. Afirmar que Cristo y el Espíritu eran emanaciones implicaba abrir el camino  para hacer del hombre una emanación, ya que la singularidad se negó a favor de un proceso inherente,  la emanación. El parecido con el gnosticismo era evidente. Atanasio, que dio nombre al  Pneumatomachi, también los llamó Tropici, debido a sus interpretaciones figurativas de la Biblia.  Puesto que Dios era para ellos escondido, no había palabra de Dios y por lo tanto la Biblia sólo podría  contener consejos y sugerencias de Dios, pero nunca una verdadera revelación. 

A la afirmación del Credo de Nicea “Creo en el Espíritu Santo”, el de Constantinopla añadió, “El Señor y dador de vida, que procede del Padre, que es adorado y glorificado junto con el Padre y el Hijo, que  habló por los profetas.” El Espíritu Santo es, pues, claramente Dios, la tercera Persona de la Trinidad. 

En cuarto lugar, Constantinopla condenó en el primer canon y en su Credo a los apolinarios. Apolinar,  al tratar de exponer la doctrina de Nicea, hizo hincapié en la deidad de Cristo, pero negó parcialmente  Su verdadera humanidad. Así, Apolinar incursionaba en el arrianismo, porque su posición era de hecho  una negación de la encarnación. Por otra parte, Apolinar creía que una naturaleza humana completa en  Cristo habría implicado pecaminosidad, lo que era en esencia la creencia pagana de que el hecho de ser creado o finitud es pecado, mientras que la fe bíblica ve al hombre como una criatura, creada totalmente bueno en libro de Genesis. No finitud, sino la transgresión moral de la ley de Dios es pecado. Si finitud es  pecaminosidad, entonces la salvación consiste necesaria y lógicamente en la deificación. A pesar de lo  bien intencionadas que puedan ser vistas las enseñanzas de Apolinar, sus presupuestos fueron  Helénicos y anticristianos. Entonces, la declaración de Nicea con respecto a la encarnación de Cristo  fue expandida para hacer enfasis en la realidad de la encarnación.

En quinto lugar, Constantinopla añadió a su declaración de la consustancialidad de la Trinidad su canon quinto, una confesión de “la unidad de la Divinidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.”31 Por lo  tanto fue condenado el subordinacionismo y afirmada la unidad de la Divinidad. 

Es interesante la comparación del Credo de Nicea (Credo de 318 Padres) con el credo ampliado de 150  Padres de Constantinopla. La versión de Leith de Nicea dice ( siendo traducido el texto griego, por  tanto, el pronombre aparece en plural):

Creemos en un solo Dios, el Padre Todo Poderoso (pantokrator), creador (poieten) de todas las   cosas visibles e invisibles;  Y en un solo Señor Jesucristo, el Hijo de Dios, engendrado del Padre como Unigénito, quien es,   de la esencia (realidad) del Padre (ek tou tes ousías patros), Dios de Dios, Luz de Luz, Dios   verdadero de Dios verdadero, engendrado no creado (poiethenta), de la misma esencia (realidad)  como el Padre (homoousion to patri), por quien todas las cosas fueron hechas, tanto en el cielo   como en la tierra, que por nosotros los hombres y por nuestra salvación descendió y se encarnó,   convirtiéndose en humano (enanthropesanta). Él sufrió y al tercer día resucitó y ascendió a los   cielos. Y él vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos.  Y (creemos) en el Espíritu Santo.  Pero, los que dicen, que hubo una vez que Él no era o que no fue antes de su generación o que   llegó a ser de la nada o los que afirman que Él, el Hijo de Dios, es una hipóstasis o ousia  diferente, o que es una criatura o que es cambiante o mutable, la Iglesia Católica y Apostólica   los anatematiza.

El Credo ampliado de Constantinopla dice: 

 Creemos en un solo Dios, el Padre Todo Poderoso (pantokrator), creador (poieten) de los cielos   y de la tierra, de todo lo visible e invisible;  Y en un solo Señor Jesucristo, el Hijo unigénito de Dios, engendrado del Padre antes de todos   los tiempos (pro panton ton aionon), Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero,   engendrado, no creado (poiethenta), de la misma esencia (realidad) con el Padre (homoousion to  patri), por quien todas las cosas fueron hechas, que por nosotros los hombres y por nuestra   salvación bajó del cielo, y fue encarnado por el Espíritu Santo y la Virgen María y se hizo  hombre (enanthropesanta ). Él fue crucificado por nosotros bajo Poncio Pilato y padeció y fue   sepultado, y resucitó al tercer día, según las Escrituras, y subió al cielo, y está sentado a la   diestra del Padre y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a los vivos y los muertos. Su Reino   no tendrá fin (telos).  Y en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre, Quien es adorado y   glorificado junto con el Padre y el Hijo, Quien habló por los profetas, y en la Iglesia una, santa,   católica y apostólica Iglesia. Confesamos un solo bautismo para el perdón de los pecados.   Esperamos la resurrección de los muertos y la vida del mundo por venir. Amen.32 

La forma original del Credo de Nicea concluye con un anatema. El primer canon de Constantinopla  hizo lo mismo. La aversión moderna por los anatemas es una negación de la fe. Nadie puede afirmar  una fe si al mismo tiempo afirma lo opuesto a esa fe, y nadie puede defender una fe sin hacer la guerra  contra sus enemigos. Ningún incrédulo o hereje puede convertirse a menos que sea reconocido por  primeramente como un incrédulo y no como un hermano bajo la piel. Los anatemas son por lo tanto  base del credalismo. 

El Concilio de Constantinopla en el año 381 enunció las certezas de la fe contra los intentos del humanismo para implantar la incertidumbre. El humanismo otra vez está dedicado al mismo propósito,  como siempre, a reducir la Escritura a un laberinto de incertidumbres, mitos, figuras y símbolos. Su  propósito es “librar” al hombre de la fe bíblica, quemar la casa de la fe para que el hombre pueda estar totalmente sin raíces y sin Dios. Pero huir de la certeza de Dios es inútil, ya que cada fibra del ser  humano, al haber sido creado por Dios, da testimonio de Dios (Rom. 1:18-25). El actor Walker dijo:  “Pero si esta casa llega a atarnos … bueno, la quemamos.” Su plan es inútil. Ningún hombre puede  quemar la creación de Dios. El hombre existencialista es un mito y la única quema que el hombre  existencialista conocerá es el fuego de Dios.

22 Jack Ryan, “Robert Walker, Jr., The Sorrow Behind The Smile,” in Valley Times Family Weekly, January 22,
1967(San Fernando Valley, CA) 10.
23 Theodoret, “Ecclesiastical History,” bk. 1, chap. 6, in Nicene and Post-Nicene Fathers, series 2, vol. 3, 43.
24 Schaff, History of the Christian Church, vol. 3, 643-44.
25 Decrees and Canons of the Seven Ecumenical Councils, 188.
26 Ibid., 189.
27 Athanasius, “Four Discourses Against the Arians,” 3.4, and “Statement of Faith,” 2, in Nicene and PostNicene Fathers, vol. 4, 395, 84.
28 Athanasius, “Four Discourses Against the Arians,” 4.13-14, in ibid., 437-38.
29 John M’Clintock and James Strong, Cyclopaedia of Biblical, Theological, and Ecclesiastical Literature, vol. 9,
“Sabellius” (New York, NY: Harper, 1849), 203.
30 Percival, Seven Ecumenical Councils, 172ff.
31 Ibid., 181-73.
32 Leith, Creeds of the Church, 30-31, 33

Capitulo 3 del libro “Foundations of Social Order: Studies in the Creeds and Councils of the Early Church” por R. J. Rushdoony. Traducido por William García para Contra Mundum.